La pérdida
de un ser querido
Por: Elsa de Ramírez
No hay
dolor más grande en este mundo, que perder a un ser querido, es el trago más
amargo que alguien pueda imaginar, el desaparecimiento físico de mi madre doña
María del Rosario García de Ramírez (hace 33 años). Ella dejó de existir
relativamente joven, padeció de cáncer de mama; por la Gracia de Dios y por ser
la hija mayor, me correspondió acompañarla a los tratamientos indicados por los
médicos que la atendieron. Sobrevivió con este mal por espacio de tres años una
vez diagnosticado ese terrible mal que la llevó a la tumba, dejando 8 hijos a
cargo de nuestro querido padre don Faustino Ramírez Rodríguez quien enviudó a
la edad de 50 años y no se volvió a casar, nos decía que, por no darle una
madrastra a mi hermano menor, ya que él había convivido con una y no tenía gratos
recuerdos.
Papá
Tino como cariñosamente lo llamábamos, falleció en el hospital del Seguro
Social (IHSS) de Tegucigalpa, Honduras, C.A., el 18 de octubre del año 2009, de
una cardiopatía mixta, a la edad de 72 años, él fue el mejor padre y madre para
nosotros, un hombre noble, amistoso y servicial. Fue consejero y amigo de
verdad. Ejemplar esposo como pocos, modelo intachable de padre; A mi mente
viene su imagen del amor y la ternura que siempre irradió a favor del hogar que
el formó.
El
fallecimiento de mi padre me impactó terriblemente, de tal forma que,
transcurridos tantos años, no hay un solo día de mi existencia en que no lo
traiga a mi mente, añorando y a veces hasta llorando por su partida sin
retorno.
Fue un
trabajador incansable, nos inculcó valores y ese fue el mejor legado para toda
la familia, hoy que está en el más allá, pienso que su ejemplo, sigue guiando
nuestros pasos y todos sus hijos imitamos su honradez y solidaridad.
Añoramos
su presencia, su sonrisa y sus consejos que llegaban siempre en el mejor
momento.
Agrego
a este relato que, logré sobreponerme a la pérdida, también, de mi hermana Yolanda
Ondina quien falleció de leucemia a la corta edad de 16 años. Con ella mantuve
las más felices relaciones.
Tristes
sucesos que andando el tiempo he tratado de olvidar, por supuesto sin lograrlo,
pues el amor maternal y paternal es posiblemente el más grande entre los seres
humanos.
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