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El árbol, es un árbol

 

Cuando el hombre abrió sus ojos al mundo, encontró un tupido bosque, copado de árboles añejos, arbustos, plantas y yerbas que plantó la Naturaleza convertidas en paraíso, preservando las fuentes de agua y enriqueciendo el oxígeno con el que vivimos hombres, animales y la flora existente en la tierra.

En nuestro transitar, recientemente, por la colonia San Ángel, bulevar FFAA nos sorprendió mucho ver un árbol totalmente seco, con las ramas alzadas, en guardia, plantado muy firme como orando, en una tierra árida, pero, se yergue airoso y luce esplendoroso, es único, nos imaginamos que alguien se quiso deshacer de él y en lugar de talarlo le inyectaron algo en las ramas o las raíces.

Sin embargo, del otro lado en la mediana del bulevar encontramos varios árboles verdes, llenos de hojas vírgenes y frondosos, que se salvaron de ser talados como lo que ocurrió con la arboleda del bulevar Centroamérica y otros sitios capitalinos.

La floresta es tan necesaria en la vida, como el agua, pues ellos permiten la transformación del aire viciado por oxígeno puro que son los dos elementos básicos para la sobrevivencia de los seres vivientes, agua y oxígeno, ya que sin agua y aire no hay vida, además de brindarnos frutos, sombra, belleza natural y aire puro, están llenos de vida, en su copa se acumula agua en tiempo de lluvia y de ahí, también, se alimentan las aves.  

Sus maderas preciosas son caudales de riqueza, independientemente de la belleza que estas maderas producen a la vista del ser humano, como la caoba, el cedro, el roble, el pino, el guayabo, el encino, etc., sin olvidar que de la madera que producen confeccionamos desde la silla en que nos sentamos hasta el ataúd en que partiremos al más allá.

Derivado de lo anterior, es una obligación y un deber ineludible de la humanidad proteger los bosques y mantener hasta donde se pueda las ciudades con el verde esmeralda que brinda la población arbórea, ya que con ella se desintoxica la comunidad de gérmenes, bacterias y virus que la civilización misma produce en lo que se refiere al movimiento de maquinarias, automóviles y los deshechos sólidos que salen de los hogares; también son el lugar seguro para los pájaros que con su canto nos despiertan cada mañana y con su belleza enriquecen nuestro entorno.

En consecuencia, imitemos lo bueno, lo grande, lo hermoso y genial de países como Alemania, Suiza, Holanda e Israel cuyas áreas verdes pululan en el campo y la ciudad. Los norteamericanos al igual que los países del cono sur de América, protegen sus bosques. Solo en Centroamérica lamentablemente y particularmente en nuestra querida Honduras se observa esta tragedia de destruir el ecosistema. Sin reparar que llegará el momento en que nos asfixiaremos, porque hemos destruido nuestro propio hábitat que tan bondadosamente el Dios Todopoderoso nos obsequió, para que lo disfrutáramos en toda su dimensión y no para destruirlo como está ocurriendo desmesuradamente desde inicios del tercer milenio y siglo XXI.

Al fallecer todo lo que tiene vida, automáticamente, cesa el vaivén de esa sangre que como una mágica bomba hace palpitar el corazón; esas son las raíces de los árboles que, vigorizan y le dan vida a la tierra misma, evitando así los desbordamientos de ríos, derrumbes de montañas y; tantas catástrofes que se producen por la falta de ellos sobre la tierra, la tala inmisericorde y los incendios forestales provocados en su inmensa mayoría por el hombre.

 

El árbol, es un árbol.

 


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