Por
Elsa de Ramírez
“Temprano por la mañana del 28
de septiembre de 1821, correos urgentes arribaron a las villas de Comayagua y
Tegucigalpa. Se esperaba las noticias llegadas de Chiapas. Los pliegos sellados
que traían estos mensajeros fueron abiertos en los respectivos ayuntamientos.
Daban cuenta de las decisiones
tomadas hacía catorce días, el 15 de septiembre, en solemne sesión ocurrida en
el Palacio de los Capitanes Generales de Guatemala, e informaban que Guatemala
se había pronunciado a favor de la independencia.
La Villa de Tegucigalpa se
enteró hasta en horas de la tarde de ese día, procediendo de inmediato la
Alcaldía encabezada por don Tomás Midence a convocar a todas las autoridades
civiles y eclesiásticas y se llamó al pueblo para que asistiera a la plaza para
darles a conocer la significativa noticia.
Desde el balcón de la
Alcaldía, los patricios anunciaron la buena nueva, hicieron repicar la campana
del Ayuntamiento y en todas las iglesias, la parroquia de San Miguel, San
Francisco, Los Dolores, El Calvario y la Inmaculada Concepción el alegre sonar
de las campanas inundaba el ambiente del poblado, quemándose pólvora y por la
noche Tegucigalpa se vio iluminada por antorchas y las clásicas fogatas frente
a las casas.
Entre las figuras hondureñas
más relevantes de la historia centroamericana figura José Cecilio del Valle,
redactor del Acta de Independencia suscrita en Guatemala el 15 de septiembre de
1821 y canciller de México en 1823. Honduras se separó de la Federación
centroamericana en noviembre de 1838 y se convirtió en Estado soberano e
independiente.
Sucedió que el Ayuntamiento de
Tegucigalpa estaba controlado por Dionisio de Herrera y los partidarios de la
independencia. En marzo de ese año el alcalde Narciso Mallol había muerto y aún
no se le había designado sustituto. Mallol, que conocía la forma de pensar de
Herrera, para vigilarlo mejor lo había incorporado a la administración
municipal. Cuando llegó septiembre, Herrera tenía las manos libres para echar a
volar, en son de alegría, las campanas de la libertad.
Tegucigalpa se pronunció a
favor de seguir en todo y con todo lo acordado en Guatemala, que se contenía en
los pliegos. El Acta del 15 de septiembre había sido no sólo redactada sino en
gran medida inspirada por José Cecilio del Valle.
Los Herrera: Dionisio, Justo y
Próspero, primos de Valle, mantuvieron siempre con él seguida correspondencia.
Los dos directores de periódico habían jugado su carta triunfadora el día 15.
Para Pedro Molina lo más importante era arrancarle a las autoridades españolas
y a los prominentes criollos una declaratoria de emancipación. Forzarle la mano
a los indecisos. Desde que se supo que Chiapas se había adherido a la
independencia mejicana, la agitación fue creciendo en Guatemala. Barrundia,
Molina, su mujer Dolores Bedoya, prepararon a la población para la sesión
programada para el 15.
El pueblo organizado por estos
políticos llenó las calles, la plaza, los pasillos y la antesala del lugar de
sesiones. El numeral uno del Acta recoge la incomodidad y el no disimulado
temor de las fuerzas vivas convocadas a la sesión, las muy ilustres autoridades
coloniales, dignatarios de la Iglesia, miembros del Claustro Universitario, del
Colegio de Abogados, del Consulado de Comercio, del Ayuntamiento, de las
Órdenes Religiosas cuando determinaron proclamar la independencia y evitar con
ello que el pueblo mismo lo declarara.
Presintieron la revolución,
que el pueblo los destituyera y se pronunciara independiente. Decidieron
adelantarse a lo que calificaron de temible consecuencia. La proclamación fue
seguida por estallido de cohetes y muestras de regocijo popular. Molina había
logrado su propósito. Le tocaba el turno a Valle. La discusión prosiguió y fue
orientada por Valle. Luego le encomendaron redactar el Acta de los acuerdos
establecidos. Valle, el de Choluteca, pensó en términos provincianos, pero
también globales.
Lo decidido era la voluntad
del pueblo de Guatemala. Pero, y el resto de las ciudades y sus habitantes,
¿qué pensaban? De la mano de Valle, en el Acta se diseñó un proceso de consulta
electoral que permitiría a todas las demás provincias elegir a sus
representantes, para que estos se reunieran en un magno congreso
centroamericano, en Guatemala, el 1 de marzo de 1822.
Dos cometidos habría de tener,
según el Acta, este Congreso de Marzo: ratificar o no la declaratoria de
independencia, y en caso positivo, determinar la forma de gobierno y la ley
fundamental por regir en el nuevo país. Con sus vidas, de ser preciso, juraron
los habitantes de Tegucigalpa, animados por Dionisio de Herrera desde el balcón
del Ayuntamiento, defender lo decidido en Guatemala. En Comayagua fue distinto.
Condujo la sesión el propio Gobernador Intendente, el peninsular José Tinoco”.
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